Wandavisión, la transmutación perfecta
No deja de ser curioso el camino que han recorrido las historias de Marvel estos últimos años, pasando de los comics a la gran pantalla, y de la gran pantalla a la pequeña.
Creo que podemos estar de acuerdo en que una buena parte del éxito de la saga cinematográfica de las joyas del infinito es la gran inteligencia con que se adaptaron las historias de los comics a un nuevo medio, en este caso el del celuloide. Ya desde un principio se plantaron las semillas para establecer un universo, el MCU, en el que se trasladaron las ideas desde las viñetas, pero no de manera literal sino siempre buscando la manera de traducirlas a un nuevo lenguaje. Las referencias entre comics se convirtieron en flashbacks, las distintas cabeceras, en distintas sagas, los crossovers se convirtieron en películas evento, y la continuidad permitió culminar un camino de años en una emoción compartida por millones de personas.
No se que se podía esperar de Marvel en su paso a la pequeña pantalla. Los más optimistas esperábamos algo al nivel de las series que realizó Netflix; los pesimistas, que se perdiera todo el espíritu de las películas en interminables telenovelones superheróicos. Marvel ha sabido sacar adelante algo nuevo, intrínsecamente imbricado en el lenguage televisivo, original pero consciente de su herencia, orgulloso de ella pero sabedor de estar en un mundo nuevo, uno distinto, con sus propias reglas, tempos y características. Y Wandavisión hace un magnifico uso de todas ellas.
El planteamiento de origen es arriesgado; tanto que tras los primeros episodios algunos estaban echando sapos y culebras contra la casa de las ideas, y anticipando su descalabro y ruina en esta nueva aventura. Era un precio a pagar. No es fácil aprender un nuevo lenguaje y a veces hay que volver a lo básico. Y así lo han hecho, volviendo al principio, a las sitcoms primigenias de los 50 y 60, que definieron el lenguaje televisivo, y que forman el sustrato de nuestros recuerdos televisivos. Y a partir de ahí han ido creciendo, década a década, jugando con el tiempo entre episodios, dándonos pistas con las que alimentar la espera del siguiente, las conjeturas, las fabulaciones. Han hecho suyo el lenguaje televisivo e incluso lo han transcendido, pues ¿qué hay más televisivo que los anuncios? Han creado esas ficciones de publicidad y las han usado como un reflejo, como un metalenguaje sobre una historia que ya acumula capa sobre capa de ficción.
No nos han dado la historia que esperábamos, nos han dado mucho más. Estoy impaciente por descubrir que más guardan en su chistera, con que nuevos trucos nos sorprenderán, contándonos historias a través de múltiples medios, pero, de momento, esta parte del camino ha sido estremecedora.